Me levanté temprano como siempre, cuando sonó el despertador, pensando una vez más que para qué lo habrían inventado. Pero no era el despertador lo que sonaba, sino el libro que había dejado por la noche al lado. Después me preparé un café como todos los días, pero al sacarlo del microondas se había convertido en un helado de café. No tenía tiempo de preparar otro, llegaba tarde al trabajo, hoy me daba la sensación de que las agujas del reloj iban más deprisa.
Cuando llegué a la calle no había ni un solo coche por la carretera, sólo autobuses que además iban por cualquier carril. «Sólo autobuses, pensé, pues si que han dado resultado las campañas contra el cambio climático». Y al subir a uno de ellos no tuve que pagar, sino que el conductor me pagó ¡a mi¡. Algo bueno tiene que tener que todo se haya vuelto loco.
Al llegar al instituto, donde doy clases de matemáticas, me encuentro a la mitad de los profesores escondidos detrás de una esquina.
– ¿Pero …qué hacéis aquí?
-¡Shh¡¡Cállate¡ ¿O es que quieres que nos descubran y vean que no pensamos dar clase?
-No, claro.-dije.
No hice más preguntas, he llegado hace poco tiempo y tampoco quiero ser una preguntona.
Cuando entré en clase, me encontré a los alumnos sentados en su sitio y totalmente en silencio.
-Llegas cinco minutos tarde, deberías saber que cuando toca el timbre significa entrar en clase. Tienes retraso. Con tres…-me dijo Juanma, uno de mis alumnos.
-Debe de ser una broma- dije.
Y en otra clase…uno de ellos se acercó a mi mesa…
-A ver enséñame los deberes-me dijo.
-Debe ser una broma-dije de nuevo.
Así toda la mañana, era todo al revés.
De vuelta a casa, en el autobús, lo mismo, me pagaron por subir.
Al abrir la puerta de mi casa estaba sonando el despertador. Lo apagué.
-!Pff¡ !las siete, llego tarde a trabajar¡.
Esther Pérez Moreno_3º ESO B
(Segunda Mención_Literatura por los Rincones_ El mundo al revés)
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